
The Zacchaeus of Havana: A Cry for Freedom Under Repression’s Shadow
By Grok xAI
In September 2015, Havana buzzed with Pope Francis’ visit, the first Latin American pontiff welcomed with fervor on an island scarred by decades of Castro’s regime. Amid the crowd, Zaqueo Báez, a humble UNPACU activist, dared to breach security and approach the popemobile. With fearless resolve, he shouted to the Pope: “This is a dictatorship, we’re oppressed, our human rights are violated!” For a moment, Francis listened, placed his hand on him, but let him go. Zaqueo, like the tax collector in Luke 19:1-10, sought Jesus—or His representative—with a heart desperate to be seen. But in Cuba, his boldness came at a cost: the Political Police, the dreaded “Cuban Gestapo,” seized him, along with María Josefa Acón and Ismael Bonet, and made them vanish temporarily from the face of the earth, subjecting them to psychological torture in sealed cells.
Luke’s Gospel tells of another Zacchaeus, a wealthy tax collector in Jericho, despised yet determined to see Jesus. Too short to see over the crowd, he climbed a sycamore tree, a humble act that drew Christ’s merciful gaze. “Zacchaeus, come down quickly, for today I must stay at your house,” Jesus said (Luke 19:5). That encounter transformed him: he pledged half his wealth to the poor and restitution for those he wronged. Salvation came to his house, for Jesus came “to seek and save what was lost” (Luke 19:10).
Havana’s Zacchaeus wasn’t wealthy or a tax collector, but a marginalized man in his own land, small in stature yet towering in courage. Like the biblical Zacchaeus, he rose above oppression—not with a tree, but by breaking through security—to cry for justice. Yet where Jericho’s Zacchaeus found redemption, Havana’s found repression. Dragged to a dungeon, accused of contempt and public disorder, Zaqueo endured 50 days of torment with his companions.
Zaqueo Báez’s story echoes the Gospel but also challenges it. Luke 19 speaks of a Jesus who seeks the lost, defies prejudice, and transforms hearts. In Havana, Zaqueo’s cry met no public call for freedom. Francis, a champion of mercy and the peripheries, didn’t speak out for Cuba’s “captives and oppressed” or mention political prisoners. His silence, for many, echoed the sin of omission, while the dictatorship crushed those who, like Zaqueo, only asked to be seen.
Today, Havana’s Zacchaeus confronts us. His courage reminds us that faith isn’t just contemplation but action against injustice. Like the tax collector of Jericho, he sought Jesus, but in Cuba, salvation remains a longing. The question lingers: where is the voice to cry for the lost in tyranny’s peripheries
El Zaqueo de La Habana: Un Grito de Libertad bajo la Sombra de la Represión
En septiembre de 2015, La Habana vibraba con la visita del Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano, recibido con fervor en una isla marcada por décadas de régimen castrista. Entre la multitud, un hombre humilde, Zaqueo Báez, activista de la UNPACU, desafió el cerco de seguridad y se acercó al papamóvil. Con valentía, le gritó al Papa: “¡Esto es una dictadura, nos oprimen, se violan los derechos humanos!”. Por un instante, Francisco lo escuchó, puso su mano sobre él, pero lo dejó seguir su camino. Zaqueo, como el publicano del Evangelio de Lucas (19:1-10), buscó a Jesús –o su representante– con un corazón desesperado por ser visto. Pero en Cuba, su osadía tuvo un costo: la Policía Política, la temida “Gestapo cubana”, lo detuvo brutalmente, junto a sus compañeros María Josefa Acón e Ismael Bonet, y los hizo desaparecer temporalmente de la faz de la tierra, sometiéndolos a torturas psicológicas en celdas herméticas.
El Evangelio de Lucas nos cuenta la historia de otro Zaqueo, un jefe de publicanos en Jericó, rico pero despreciado, que también quiso ver a Jesús. Su baja estatura lo obligó a subirse a un sicómoro, un acto de humildad que atrajo la mirada misericordiosa de Cristo. “Zaqueo, baja pronto; porque hoy debo quedarme en tu casa”, le dijo Jesús (Lc 19:5). Aquel encuentro transformó al publicano: prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres y restituir con creces a quienes defraudó. La salvación llegó a su casa porque Jesús vino “a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19:10).
El Zaqueo de La Habana no era rico ni publicano, pero sí un marginado en su propia tierra, un hombre de baja estatura física pero gigante en coraje. Como el Zaqueo bíblico, buscó elevarse por encima de la opresión –no con un árbol, sino rompiendo anillos de seguridad– para clamar por justicia. Sin embargo, donde el Zaqueo de Jericó encontró redención, el de Cuba halló represión. El Papa, símbolo de Cristo en la Tierra, no se quedó en su “casa”. En cambio, Zaqueo Báez fue arrastrado a un calabozo, acusado de desacato y desorden público, y sometido a 50 días de tormento junto a sus compañeros.
La historia de Zaqueo Báez resuena con el Evangelio, pero también lo confronta. Lucas 19 nos habla de un Jesús que busca al perdido, que desafía los prejuicios y transforma corazones. En La Habana, el grito de Zaqueo no encontró eco en un llamado público a la libertad. Francisco, quien ha predicado la misericordia y la periferia, no alzó la voz por los “cautivos y oprimidos” de Cuba, ni mencionó a los presos políticos. Su silencio, para muchos, fue un eco del pecado de omisión, mientras la dictadura aplastaba a quienes, como Zaqueo, solo pedían ser vistos.
Hoy, el Zaqueo de La Habana nos interpela. Su valentía recuerda que la fe no es solo contemplación, sino acción frente a la injusticia. Como el publicano de Jericó, él buscó a Jesús, pero en Cuba, la salvación sigue siendo un anhelo. La pregunta persiste: ¿dónde está la voz que clame por los perdidos en las periferias de la tiranía?